Cuando pensamos en Turquía, lo primero que aparece es Estambul, su Bósforo, las mezquitas, la Capadocia con sus globos al amanecer. Pero hay una cara menos conocida que cada vez seduce más: la Costa Turquesa, un tramo del Mediterráneo turco donde el mar juega con tonalidades imposibles, pueblos costeros conservan su alma y la historia emerge bajo el agua.
Llegar es más fácil de lo que parece: Turkish Airlines vuela directo a Estambul y, desde allí, un corto vuelo interno te deja en Antalya, la puerta de entrada a este paraíso azul.
La ciudad de Antalya combina modernidad con una parte antigua —el barrio de Kaleiçi— que parece detenida en el tiempo: calles empedradas, casas otomanas, murallas y un puerto que invita a pasear al atardecer. Pero si algo la hace única son sus cascadas que caen directamente al mar, un espectáculo natural que sorprende a pocos minutos del centro. Desde un barco se tiene la mejor vista: el Mediterráneo recibiendo, literalmente, una catarata.
Entre Kas y Kalkan aparece Kaputaş Beach, probablemente una de las playas más fotografiadas de Turquía. Se baja por una escalinata tallada en la roca y de golpe, se abre una franja de arena dorada abrazada por acantilados y bañada por aguas turquesas que parecen pintadas. No hace falta filtro de Instagram: el mar tiene un azul propio que hipnotiza.
El pequeño pueblo de Kaş es uno de esos lugares que enamoran sin esfuerzo. Callejuelas tranquilas, cafés con mesas al aire libre, tiendas artesanales y un aire bohemio que lo diferencia de los grandes centros turísticos. Kaş mantiene su ritmo pausado y, al mismo tiempo, ofrece acceso a algunas de las playas y calas más hermosas de la región. Desde aquí parten también los barcos hacia Kekova.
El paseo en barco por Kekova es una de las experiencias más fascinantes de la Costa Turquesa. Se navega por aguas transparentes que dejan ver, bajo la superficie, restos de una antigua ciudad hundida. Las tumbas licias talladas en la roca y las ruinas que asoman entre las olas recuerdan que aquí la historia no está en un museo: vive bajo el mar. En el trayecto, además, hay paradas en calas escondidas para nadar en silencio, rodeado de paisajes que parecen intactos.
La Costa Turquesa rompe el estereotipo del destino exclusivamente cultural o histórico. Es un lugar donde las playas rivalizan con las del Caribe o el Egeo griego, pero con el plus de estar rodeadas de ruinas, montañas y pueblos con identidad.
Para quienes quieran descubrir otra cara del país, combinar unos días de historia en Estambul con una escapada a Antalya y su costa es una fórmula perfecta. Porque Turquía, además de mezquitas y bazares, también tiene playas que quedan para siempres grabadas en la memoria.