03/05/2024

GUCCI EN HOLLYWOOD

Gucci sabe de deseo. Es un concepto que maneja bien y que, con el paso de los años, Alessandro Michele ha sabido versionar, actualizar mirando hacia atrás lo justo para rescatar elementos que ya no resultan disruptivos, pero sí muy Gucci. Muy Michele. Muy alessandriano, si se prefiere. Y eso es lo mejor que le puede pasar a un director creativo y a una firma de moda: convertirse en un calificativo. Es cierto que el léxico de Michele para la casa italiana ha ido transformándose con el paso de las temporadas, abandonando esas capas de tela estampada para acercarse a una sensualidad más canónica que, sin embargo, tiene poco que ver con los tejidos ajustados y los escotes vertiginosos.

El deseo de Gucci tiene más que ver con el encaje puro y duro, con las veladuras, con toques fetichistas en accesorios que parecen romper la estética seventies que sigue atravesando las creaciones de la firma. El deseo de Gucci tiene que ver, en realidad, con Hollywood y el charol que recubre a las estrellas de cine.

“Mamá trabajaba en la industria del cine como auxiliar de producción”, ha contado Michele al respecto de su nueva colección. “Recuerdo con todo lujo de detalles y destellos, las historias que me contaba sobre aquella fábrica de sueños. La palidez alabastrina de Marilyn Monroe y su diáfana voz. Los guantes negros de satén de Rita Hayworth y el cabello sedoso de Veronica Lake. El cautivador acento de Rock Hudson y el embriagador poder transformador de Kim Novak. Todo sonaba a cuento de hadas”.

Esa imagen idealizada que podría estar en la mente de cualquier persona en casi cualquier parte del mundo sirvió para que el director creativo pudiese evadirse de una realidad que implicaba una casa okupa a las afueras de Roma. “Esa era mi vía de escape, mi deserción”, explica. “Desde aquel insignificante rincón del mundo, HOLLYWOOD parecía una estrella fulgurante. Nueve letras cargadas de deseo”. Justo como lo pueden concebir cientos de cabezas y espíritus, como lo imaginan niños, como lo imaginan personas que van a ese La La Land en busca de sus sueños. Una estilización que se plasma en una ristra de vestidos de noche que podrían estar en cualquier alfombra roja, con sus transparencias, sus detalles de flecos y plumas, sus estolas voluminosas, sus faldas de corte sirena. Todos los elementos que cualquier amante de las red carpets ansía ver ante los focos refulgentes.

“Este bulevar de estrellas es el complemento perfecto para mi amor incondicional por el mundo clásico”, cuenta Michele al respecto de la localización de su colección, Hollywood Boulevar. “Al fin y al cabo, Hollywood no deja de ser un templo griego habitado por deidades paganas. Aquí, los actores y actrices están considerados héroes mitológicos: criaturas híbridas capaces de aunar trascendencia divina y existencia mortal, lo imaginario y lo real. Son los ídolos de una nueva cosmogonía contemporánea, los protagonistas de una forma de pervivencia de lo sagrado”. Hablar de cómo la masa desea saber, conocer, estar cerca de esta suerte de “semidioses” (como los califica Michele), casi sobra por conocido.

Esas personas que el diseñador dibuja como trascendentes (algo que no está al alcance de cualquiera) se pueden vestir con vestidos y chaquetas de hombreras prominentes, con un sabor old Hollywood de los años 30 y 40; con satenes negros y rosas, que cortan tanto vestidos sin mangas como otros de inspiración lencera, complementados con medias de rejilla, uno de los accesorios más repetidos del desfile (con permiso de los mitones largos de cuero negro). Pero también llevan, cómo no, trajes de chaqueta de colores vivos con guantes de plumeti y, por supuesto, otros estilismos un poco más informales rematados con sombreros cowboy, acaso el accesorio más adecuado para esos personajes libres que llegan a explorar Los Ángeles. Lo hacen con vestidos de flores o camiseros, con pantalones de pinzas y blazers con estampados gráficos y retro, tanto como las gafas de pasta que completan algunos de los estilismos. Looks que hablan, como no podía ser de otro modo, de hedonismo. Tiene que ser así porque es la narrativa que atraviesa ahora mismo la mayor parte de los discursos creativos, pero también porque es una de las que siempre ha movido a Michele. Y, por supuesto, a la industria del cine, ¿o acaso no son las producciones hollywoodienses una vía de escape rápida, efectiva y efectista?

“Aquí [en Los Ángeles] he conocido a los personajes más extravagantes, desfasados y refractarios a cualquier concepto de orden”, cuenta el italiano. “Siempre los veo en procesión por las laderas de la acrópolis de los sueños, deseosos de ofrecerse en sacrificio como obsequios de unicidad. Un desfile de seres encantados y profundamente libres que atraviesan una tierra carente de pasado y de futuro: tan solo el milagro de la imaginación”. Para Alessandro Michele (y en última instancia, para Gucci), todo es posible en Los Ángeles, en Hollywood. Y lo ha sido, porque es allí, entre suelos cuajados de estrellas, luces cegadoras, encajes y sueños más optimistas que nostálgicos, donde casa y habitante han vuelto a dejar imágenes que hacen soñar tanto como cualquier película. Ojalá nunca lleguen los créditos finales.


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