Siempre hemos sabido que la moda es ARTE : una ilusión, una performance, un veredicto escenificado. Pero pocas veces el escenario ha cobrado protagonismo. El 27 de septiembre de 2025, en el teatro Dolce & Gabbana de Milán, lo real y lo ficticio se fusionaron: Meryl Streep y Stanley Tucci, encarnando una vez más a los legendarios personajes de Miranda Priestly y Nigel, se sentaron en primera fila, con la mirada fija en las siluetas que pasaban. Y de repente, nuestras historias no solo se contaron, sino que se vivieron.
A Runway Dentro del Runway
La colección Primavera-Verano 2026 de Dolce & Gabbana ya era un juego de paradojas: lencería como prenda de abrigo, sedas de pijama reinventadas para el bulevar, intimidad expuesta como grandeza. En esta puesta en escena entró Priestly, inescrutable tras sus gafas de sol, con Nigel a su lado.
Esto no era actuación. Era encarnación. La presencia de Priestly en un espectáculo real desdibujó todos los límites: la ficción se convirtió en documental, la actuación en historia. El público no solo vio personajes; experimentó la mitología cultural de El diablo viste de Prada injertado en un evento de moda en vivo.
El sello de autoridad
¿Por qué este momento resonó más allá de la simple promoción de una secuela? Porque le recordó al mundo lo que la moda es en esencia: juicio, autoridad y poder narrativo.
Miranda Priestly pudo haber sido escrita como ficción, pero su influencia se hizo real. Su aura cristalizó un arquetipo: la editora no solo como observadora, sino como institución. Runway Revista —el nombre elegido en la película como contraparte ficticia de la nuestra— no era una parodia, sino una profecía. Lo que comenzó como una abreviatura cinematográfica se ha fusionado con la realidad, con Runway Revistas actuando como símbolo e institución: el lugar donde se registra, se debate y se canoniza la autoridad de la moda.
La presencia de Priestly y Nigel en Dolce & Gabbana, por lo tanto, no se apropió de la realidad. Volvió a ella.