Por Tomás Monguillot
La característica que diferencia a estos autos es la exclusividad que posee cada uno. Se trata de piezas muchas veces únicas a nivel mundial, además de todas las historias que cada caso conlleva. La calidad de cada una de las terminaciones, la perseverancia en cada detalle y la originalidad de los repuestos hacen de estos vehículos elementos invaluables, o por lo menos, de un valor monetario que supera ampliamente a los números que se relacionan con el mercado automotor contemporáneo.
Recorrer el Hipódromo de San Isidro colmado de clásicos en inmejorables condiciones genera una experiencia difícil de vivir en otros eventos. En cierto momento, después de la segunda vuelta al predio, uno vuelve en el tiempo, a lo que parece un salón del automotor varias décadas atrás.
Este tipo de eventos permiten revivir aquellas antiguas glorias de la industria, pero no en vídeos, no en blanco y negro, no. Aquí la experiencia es real, es tangible, palpable. Es invaluable un ejemplar de más de 70 años en las mismas condiciones que cuando salió de la fábrica, representando y reflejando valores, ideales y gustos ya pasados. Pasados pero inmortalizados en estos autos, detenidos en el tiempo.